Pues dedico estas primeras líneas a mi bella gatita Madonna que ha traído tantas alegrías a mi vida en estas recientes y últimas semanas. Madonna llena de regocijo mis horas nulas y me acompaña en las noches frías. Su dulzura e intrepidez me reconforta; incluso sus travesuras me dan aliento.
“Gatita”, como le llamo cariñosamente, va conmigo a casi todas partes y hemos disfrutado juntos de un agradable y fugaz viaje por Portugal, Extremadura y Andalucía. Hemos visto a la espléndida Lisboa con sus majestuosos puentes, soberbios y que traspasan la ciudad como lanzas inmutables - en especial el Puente 25 de abril que guarda cierta similitud con el de San francisco y cuyo color rojo quizá recuerde, además, episodios nacionales y revueltas-. La bien por todos conocida, sin duda, revolución de los claveles (Revolução dos Cravos), nombre dado al levantamiento militar del
25 de abril de
1974 que provocó la caída de la dictadura salazarista que dominaba
Portugal desde
1933, la más longeva de Europa, se plasma en la historia de cada centímetro de la capital lusitana. Esas calles desempedradas -y dijo desempedradas puesto que aquellas losas de piedra se desmoronan y arrancan del suelo por la furia de los raíles de los tranvías- y las empinadas cuestas que atraviesan la ciudad evocan bellos poemas del gran Eugenio de Andrade o al mismo Pessoa. Fuera iluso al decir que los raíles idílicos no dificultan el transito automotor, pero también es injusto no mencionar el alto carácter bohemio que confieren esas fisuras de las calles a la atmósfera intelectual de la ciudad. En Lisboa mi espíritu artístico se renovaba, y aquella ópera que Gatita y yo disfrutamos a orillas del Tajo, en nuestro coche nuevo, nos llevó hasta donde fenece la imaginación.
De azur sentido tus ojos miro
De fiel doncella, mi fiel amor
Tu pelo fino, de sol curtido
En la mar centella el fiero candor
Un breve verso cantado a Gatita y a su irrefutable hidalguía. Pero, qué era lo que nos enloquecía y almizclaba de lucidez intelectual: ¿La velocidad en el Honda Civic, el candor de la ciudad, la cercanía del Atlántico que se nos abalanzaba con sus aires semifríos? O era, acaso, ¿la monumentalidad de aquellos antiguos puertos atosigados de barcos mercantes y de mercancías extranjeras? Dulces olores nos llegaban del África, de América, de las tierras baldías y lejanas donde los ancestros de gatita fueron magos y dioses.
Un “Miau!” destrona de mi cabeza un movimiento del aria Strozzi y entonces Gatita me devuelve a la realidad. Y la realidad es menos hermosa que el estado de nitidez lusa. La realidad, la odiosa e inevitable realidad me degrada hasta el terrible estado de rata carroñera, hasta el esperpéntico tuétano del día a día. Gatita y yo, por alguna misteriosa y apremiante razón, no podemos permanecer más en Lisboa, en sus calles, en sus zócalos improvisados, en sus parques desconocidos, en sus restaurantes típicos con aires italianizantes. Ese “Miau” de Gatita recuerda que hay que comer, que debemos volver al hotel y dedicarnos a perder el tiempo durmiendo como marsupiales ateridos. En Madrid nos vuelve a esperar la rutina amenazante con sus grandes tentáculos de Horgiva. Pensamos entonces en el trabajo, la casa, las deudas, los aparcamientos atestados de coches y de vigilantes fluorescentes, las autovías repletas de radares hambrientos de velocidad e infracciones. Pensamos en ETA agazapada debajo de las mucosas destrozadas del Lehendakari, imaginamos al idiota de turno como jefe, al siniestro corazón de los insulsos.
En Lisboa las gentes se presentaron altaneras y bulliciosas, personas de carácter bravo. El malsano gusto por sonar la bocina del coche y arrear a los demás transeúntes o vehículos nos mortificaba en demasía. El ambiente gitano de la ciudad nos puso nerviosos y toda la maravilla se enlutecía irremediablemente… Por ello decidimos irnos al sur: Quarteira y Faro pasaron a hacer parte del improvisado recorrido. Cuando abandonábamos la metrópoli sentimos cierta lástima y fue solo estar a cierta distancia para que su sabor y olor distorsionado nos produjera creciente nostalgia. Días más tarde Gatita y yo no podíamos pensar en otra cosa: Lisboa, ¿cuándo volveremos?
El mar amaneció tarde –y digo amaneció porque llegó a nosotros con cierto sigilo de gato, como el alba en las montañas nubladas -. Llegamos al mar con sofoco y después de estar perdidos entre carreteras comarcales y caminos indescifrables. Llegamos a la playa y Gatita cambió su humor de viajante agobiada para disfrutar de la playa con tesón de excursionista, con ínfulas de lebrel.
¡¡¡¡Y qué visión tuvimos inmediatamente!!!! Aquel Tazio bellísimo, hermoso mancebo, prodigioso mocito de mil lenguas, con su cuerpecillo esculpido por los aires del ágora de Mileto, con sus cabellos ensortijados y largos que recordaban aquellos favoritos de los dioses Griegos, perseguidos constantemente por las criaturas más inverosímiles. Aquel precioso doncel era la belleza materializada, el apetito encarnado. Aquella visión pronto fue tangible, cercana; y los labios se revelaron inocentes pero con un insinuado ardor pecaminoso, se adivinaba en la comisura de sus labios que el placer ya le merecía. Pero tengo que hablar de sus ojos, es imposible no hablar de ellos: pequeños, fugaces y recónditos; en su minucia algo predecía la sospecha mutua. Nos confesamos con una mirada y fuimos amantes en la misma, aunque nunca llegaríamos a respirar conjuntamente.
Se llamaba Andrea y su castellano era más perfecto aún que el del mágico Cervantes, y su portugués era suave como un cabello, y su francés musical, y su inglés perfumado de consonantes. Todas las lenguas hablaban en él y él saboreaba todas las lenguas, y su acento era como el de un volatilillo perdido en un paraíso de sauces.
Gatita no tardó en enterarse de nuestra complicidad no revelada, tan secreta que incluso nosotros dudábamos de aquella existencia. Pero existía y latía; en su clamor ahogado y subrepticio la verdad comparecía orgullosa. Le amé un momento, solamente un insignificante segundo de amor puro… todo lo demás ha sido añoranza del bien nunca adquirido. Unas fotos comprueban que no soñaba.
Andrea, Andrea, Andrea… lejano y cruel, ansiado edén!!!!!
Una semana después Gatita y yo volvemos a emprender viaje. Esta vez a Málaga, Torremolinos y Marbella. En esta ocasión disfrutamos de un fin de semana lluvioso, un sol débil nos abrazó en nuestras mañanas de playa, y por la tarde bajamos hasta la preciosa Marbella. ¿Sabrían los marbellíes de la presencia de Gatita en sus costas intermitentes? ¿Prefería Gatita las costas de azahar a la arena más riesgosa de la noble Andalucía? No, en ambos casos. Nuestro viaje fue reconfortante y la lluvia nos intimidó constantemente. De regreso no nos abandonó ni por un instante. Ya en Madrid el panorama vuelve a ser el mismo: ¡horripilante rutina, nada más que aborrecerte puedo!